Un hombre venía por un camino, solitario y sin amigos. Parecía vagar sin rumbo y sin un plan preestablecido. Anduvo por horas y sin destino.
De pronto todo se oscureció de improviso, el ambiente se volvió frío, y una espesa neblina envolvió la mañana.
La brisa era fría, él tenía poco abrigo. Se preocupó pues no podía ver el camino. ¿Cómo hacer para no extraviarse? ¿Cómo no perder la ruta? ¿Cómo mantener el sentido?
Sucedió que, en una curva del camino, al no ver bien y no lograr ubicar el sendero, se salió de su ruta y encontrándose en un precipicio, cayó por la cuesta rocosa, en un rodar que parecía definitivo.
Sin embargo, por instinto, cuando caía, logró con la mano asir un clavo que de la roca salía.
Era un “clavo ardiendo”, en verdad y del cual fuertemente se sujetaba para no rodar.
Ni siquiera él supo cuánto tiempo estuvo en aquel lugar, sólo supo que su mano le dolía, que empezó a sangrar y que sus tejidos poco a poco se empezaron a rasgar.
En ese momento preciso, la niebla se comenzó a disipar y pudo ver con asombro que no era tan alta la cuesta y que se podía lanzar, sin recibir mayor daño al final.
Moraleja:
En momentos de prueba, oscuridad o tempestad, nos sentimos solos, sin rumbo, extraviados; hasta podemos llegar a salirnos de la ruta.
Podemos incluso caer y tener miedo.
Pero es en esos momentos dónde la fe es realmente importante y se parece a ese clavo ardiendo del cual nos asimos para no terminar de caer.
¿No has tenido la experiencia de aferrarte a Dios en un momento de necesidad, y salir airoso de eso?
¿No te ha pasado que creías que el problema era más grave y al pasar la prueba ves que no era tan fuerte?
¿Por el contrario, realmente pasas por un gran problema, con la ayuda de Dios sales adelante, no sientes entonces que te haces más fuerte?
¿Acaso no es esto un gran beneficio de Dios?
¿Te sientes agradecido de Dios por la ayuda que a diario te
brinda?
Responde las preguntas.
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